miércoles, 24 de septiembre de 2008

Vamos a hacer de cuenta...

... que no me volví. Al menos yo lo voy a hacer, para que no me resulte tan penoso el racconto de sucesos cercanos agradables. Basta de cháchara, a lo que nos convoca.

Mi siguiente paseíto fue por Dublin, más casualmente (aunque como verán, las casualidades no existen) para festejar St Patrick's Day. Antes de que interpreten mal, no es ese rejunte de borrachos que se ve por las calles de Retiro que simplemente se amontonan, cagados de calor, a tomar cerveza berreta. Niet. Los locales se van a pubs alejados de la calle guiri, se juntan entre amigos, brindan, y a la mañana siguiente se van al desfile en conmemoración de su santo predilecto. Y todos están desde temprano para conseguirse una buena ubicación y poder ver todas las carrozas.

Hecha la aclaración, les voy a confirmar que, sí, Dublin es una ciudad bellísima, pequeña, muy recorrible a pie, llena de lugares mágicos escondidos, de irlandeses y de cerveza rica.

El fin de semana de llegada estuvo bastante húmedo, el sábado llovió hasta decir basta, y el domingo amaneció amenazando. Pero por suerte el resto de la semana estuvo de lo más bien. Para el lunes, día del amigo Patricio (no el de Bob Esponja), fuimos con Diego a un bar en la zona de los locales, con bastante gente pero no apretujados, y, oh sorpresa, sin música. Fue bastante particular estar de repente rodeados de la música de las palabras de la gente, sin interferencias. Un buen descanso. Allí conocimos a un grupete de australianos (cuándo no) macanudos, con los que nos quedamos charlando hasta que cerró el bar, y casualmente uno de ellos trabajaba (o había trabajado) en la industria del petróleo.

El martes fuimos a un pequeño pueblo con puerto que se llama Howth, muy cerquita de Dublin, a ver y oler mar, y quedamos encantados. Los pueblos pesqueros tienen ese algo atrapante, que siempre me hace querer visitarlos, y siempre termino maravillada. Éste no era la excepción, así que después del picnic obligado nos perdimos por las calles y conseguimos algunas vistas preciosas.

El miércoles tenía que tocar, la fábrica de Guinness nos esperaba. Si bien más allá de la fantástica cerveza no hay mucho, la visita resultó interesante y nos hubiera gustado quedarnos un rato más. Obviamente interesantísimo nos pareció todo el proceso de elaboración (que industrialmente es en realidad de los más escondidos, pues consiste mayormente en reacciones en tanques cerrados), pero el premio mayor se lo lleva la degustación del negro elixir en el piso más alto. Les aseguro que ha sido la Guinness más sabrosa que tomé en mi vida. Lejos.

Jueves y viernes me dediqué a pasear, bastante porque estaba casi todo cerrado (¡incluso los pubs el viernes!), y aproveché para perderme por todas las calles que pude.



El Liffey y la ciudad, con clima típico


Grupete descansando en el parque contiguo a la iglesia de St Patrick



Diego y yo posando en otro parquecito


En la costa de Howth


Las puertas de la perdición



Daffodils