Además de estar lleno de escoceses, tartans y whisky, es un lugar particularmente mágico, tanto, que hasta hace olvidar el clima con sobredosis de viento y agua. Ese exceso de agua, justamente, por el que todos puteamos un poco pero que, después de todo, es el responsable de los maravillosos verdes que podemos ver por toda Escocia.
Estos dos meses y medio estuve viviendo en el campus de la Heriot Watt, no tan cerca del centro de Edimburgo pero sí muy cómodo para todo lo que tuviera que ver con cuestiones académicas. En cuanto a lo que sí aproveché, he de mencionar el sports centre (aunque no fuera seguido, jejejeje). El campus, precioso, lleno de verde y con muchos espacios abiertos, aunque lamentablemente no me hiciera tiempo más seguido para recorrerlo. Hay un lago muy bonito lleno de patos y cisnes (que tienen localizadores en las patas, por si acaso a algún estudiante rata se le ocurre cazar uno para engullirlo) y por tierra firme bastantes conejos y liebres (sin localizadores a la vista, pero bueno, corren más rápido que los estudiantes más entrenados).
La ciudad es divina, llena de edificios misteriosos que cuentan historias y con paisajes atrapantes, urbanos y no tanto. Ahora que pienso, no tomé tantas fotos como hubiera querido, seguramente porque estando allí siempre pensaba en la siguiente oportunidad para recorrer.
En estos momentos no estoy muy inspirada como para escribir, así que les dejo algunas fotos que expresan mejor la magia de Edimburgo.
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